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POEMAS FUNEBRES SEVILLANOS   
LA SEVILLA QUE NO VEMOS
 

POEMAS FUNEBRES SEVILLANOS 

 


Bella lapida del Cementerio de Sevilla
 

 

JULIO DOMINGUEZ ARJONA
16 de Noviembre de 2004

Entre los e-mail detractores que recibo habitualmente  ,se me acusa de trivializar con la muerte , otros que solo me he parado en el aspecto escultórico de monumentos mortuorios, pero entre todos ellos hay uno que dice que lo mismo que me he detenidi en los cuadros del Hospital de la Caridad, he dejado fuera los poemas funenarios, en este mes de los difuntos, que tambien son indiscutibles obras de arte .-

Pues atentiendo a este correo electronico crítico constructivo, y a mis niños de la LOCE ; aqui van estos poemas a modo de botón de muestra  obra de nuestros paisanos Antonio Machado , Luis Cernuda,  Gustavo Adolfo Becquer  propio de estas fechas .-
 
                      Cementerio en la ciudad

               Tras de la reja abierta entre los muros, 
               La tierra negra sin árboles ni hierba,
               Con bancos de madera donde allá en la tarde
               Se sientan silenciosos unos viejos.
               En torno están las casas, cerca hay tiendas,
               Calles por las que juegan niños, y los trenes
               Pasan al lado de las tumbas. Es un barrio pobre.

               Como remiendos de las fachadas grises,
               Cuelgan en las ventanas trapos húmedos de lluvia.
               Borradas están ya las inscripciones
               De las losas con muertos de dos siglos,
               Sin amigos que les olvide, muertos
               Clandestinos. Mas cuando el sol despierta,
               Porque el sol brilla algunos días de junio,
               En lo hondo algo deben sentir los huesos viejos.

               Ni una hoja ni un pájaro. La piedra nada más. La tierra.
               ¿Es el infierno así? Hay dolor sin olvido,
               Con ruido y miseria, frío largo y sin esperanza.
               Aquí no existe el sueño silencioso
               De la muerte, que todavía la vida
               Se agita entre estas tumbas, como una prostituta
               Prosigue su negocio bajo la noche inmóvil.

               Cuando la sombra cae desde el cielo nublado
               Y el humo de las fábricas se aquieta
               En polvo gris, vienen de la taberna voces,
               Y luego un tren que pasa
               Agita largos ecos como bronce iracundo.

               No es el juicio aún, muertos anónimos.
               Sosegaos, dormid; dormid, si es que podéis.
               Acaso Dios también se olvida de vosotros

                                       LUIS CERNUDA

En el entierro de un amigo 

Tierra le dieron una tarde horrible 
del mes de julio, bajo el sol de fuego. 

A un paso de la abierta sepultura, 
había rosas de podridos pétalos, 
entre geranios de áspera fragancia 
y roja flor. El cielo 
puro y azul. Corría 
un aire fuerte y seco. 

De los gruesos cordeles suspendido, 
pesadamente, descender hicieron 
el ataúd al fondo de la fosa 
los dos sepultureros... 

Y al reposar sonó con recio golpe, 
solemne, en el silencio. 

Un golpe de ataúd en tierra es algo 
perfectamente serio. 

Sobre la negra caja se rompían 
los pesados terrones polvorientos... 

El aire se llevaba 
de la honda fosa el blanquecino aliento. 

-Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa, 
larga paz a tus huesos... 

Definitivamente, 
duerme un sueño tranquilo y verdadero. 

Antonio Machado - Poemas del Alma

RIMA LXXIII Gustavo Adolfo Becquer 


Cerraron sus ojos, 
que aún tenía abiertos; 
taparon su cara 
con un blanco lienzo 
y unos sollozando, 
otros en silencio, 
de la triste alcoba 
todos se salieron. 

La luz, que en un vaso 
ardía en el suelo, 
al muro arrojaba 
la sombra del lecho; 
y entre aquella sombra 
veíase a intervalos 
dibujarse rígida 
la forma del cuerpo. 

Despertaba el día, 
y a su albor primero, 
con sus mil ruidos 
despertaba el pueblo. 
Ante aquel contraste 
de vida y misterios, 
de luz y tinieblas, 
medité un momento : 
¡Dios mío, qué solos 
se quedan los muertos! 

De la casa en hombros 
lleváronla al templo 
y en una capilla 
dejaron el féretro 
Allí rodearon 
sus pálidos restos 
de amarillas velas 
y de paños negros. 

Al dar de las ánimas 
el toque postrero, 
acabó una vieja 
sus últimos rezos; 
cruzó la ancha nave, 
las puertas gimieron, 
y el santo recinto 
quedóse desierto. 

De un reloj se oía 
compasado el péndulo, 
y de algunos cirios 
el chisporroteo. 
Tan medroso y triste, 
tan oscuro y yerto 
todo se encontraba... 
que pensé un momento: 
¡Dios mío, qué solos 
se quedan los muertos! 

De la alta campana 
la lengua de hierro, 
le dio, volteando, 
su adiós lastimero. 
El luto en las ropas, 
amigos y deudos 
cruzaron en fila, 
formando el cortejo. 

Del último asilo, 
oscuro y estrecho, 
abrió la piqueta 
el nicho a un extremo. 
Allí la acostaron, 
tapiáronla luego, 
y con un saludo 
despidióse el duelo. 

La piqueta al hombro 
el sepulturero, 
cantando entre dientes, 
se perdió a lo lejos. 
La noche se entraba, 
reinaba el silencio; 
perdido en las sombras 
medité un momento : 
¡Dios mío, qué solos 
se quedan los muertos! 

En las largas noches 
del helado invierno, 
cuando las maderas 
crujir hace el viento 
y azota los vidrios 
el fuerte aguacero, 
de la pobre niña 
a solas me acuerdo. 

Allí cae la lluvia 
con un son eterno; 
allí la combate 
el soplo del cierzo. 
Del húmedo muro 
tendida en el hueco, 
acaso de frío 
se hielan sus huesos. 

* * * 
¿Vuelve el polvo al polvo? 
¿Vuela el alma al cielo? 
¿Todo es vil materia, 
podredumbre y cieno? 
¡No sé; pero hay algo
que explicar no puedo, 
que al par nos infunde 
repugnancia y miedo, 
al dejar tan tristes, 
tan solos, los muertos! 


 

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