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LA SEVILLA QUE NO VEMOS
 

  ALEIXANDRE CERÁMICO 
  

       


 
JULIO DOMINGUEZ ARJONA
3 de Agosto de 2016

Implementamos ( palabra que le encanta a nuestros nefastos políticos ) nuestra colección de placas y azulejos cerámicos dedicados a poetas y escritores en este caso a  nuestro Premio Nobel local  Vicente Aleixandre del que ya les he hablado en otras ocasiones, y tiene otros recordatorios en Sevilla :  MONUMENTO A VICENTE ALEIXANDRE AQUÍ NACIÓ VICENTE ALEIXANDRE y EXTRAÑO HOMENAJE A LA GENERACIÓN DEL 27 .-

Esta placa fue colocada  en 1998 en la Plaza Vicente Alexaindre, por iniciativa privada de la Asociación de vecinos Nuevo Porvenir, con motivo de la celebración del primer centenario del nacimiento de tan ilustre escritor sevillano

" Era una gran plaza abierta, y había olor a existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
 un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano, su gran mano
que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba."
Vicente Aleixandre 1898-1984
La A.A.V.V Nuevo Porvenir" en el centenario de su nacimiento

El texto del azulejo es una estrofa del poema "En la Plaza" de su libro "Historia del corazón", de 1954 :

En la plaza

Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.

No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.

Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también
transcurría.

Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba
.

Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.

Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate, y fúndete, y reconócete.
Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.

Así, entra con los pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón dimunuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!






 
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