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PREGON GLORIAS DE SEVILLA 2003 - Carlos Lopez Bravo-  

 
 

PREGÓN DE LAS GLORIAS DE MARÍA 2003.

Carlos López Bravo


 



Santa Iglesia Catedral.
Sevilla, 17 de mayo de 2003.
 
  INDICE

Proemio: El ángel del Señor anunció a María.   
I. La Ciudad de Santa María.        
II. Tiempo de Pascua Florida.                    
III. Brisas del estío.       
IV. Por quien reinan los reyes.     
V. Anochecer de septiembre.     
VI. Pastora de nuestras almas.     
VII. Con las cuentas de un Rosario.   
VIII. Esplendores de noviembre.     
IX. Sevilla inmaculista.      
X. Canto Final.         
 
 PROEMIO. 

El Angel del Señor anunció a María.
Y Ella concibió por obra del Espíritu Santo.

Todas las glorias tienen hoy cabida en tu figura. Toda la historia de la salvación arranca del misterio que te da nombre. Aquella casa humilde de Nazareth, arropada hoy por una moderna y grandiosa Basílica, fue testigo del mensaje de amor más trascendente de la historia.

También tus cofrades supieron recrear aquel recinto sencillo, entre los muros de una parroquia nueva nacida para servir a una barriada trabajadora. Y allí entronizaron tu Imagen, como fiel espejo de aquella aldea remota de Galilea.

Y  en este día gozoso para tu hermandad, cuando ya  se acumulan estrenos de itinerario que parecían imposibles, encuadres de naves catedralicias que se antojaban fantásticos, repiques de la Giralda que han sonado a gloria, déjame decirte, Señora de la Anunciación, que no solo cautivaste a tus hijos de Juan XXIII.

 Porque, aunque sean tus hermanos los que encontraron el calor de la religiosidad cofrade en torno a tu Imagen, hoy has vuelto a traspasar la cerca de tu ciudad milenaria. Porque, en esta mañana de mayo, lo que verdaderamente has traspasado, con tu belleza y finura, ha sido el corazón mismo de esa ciudad antigua  que acuñó la mejor tradición y el abolengo cofrade. 

Un resplandor rompe el alba, 
hacia oriente ya clarea.
Dios envía un mensajero,
Nazareth de Galilea.
Y traspasando los muros
y los sillares de piedra
de aquella casa sencilla, 
en la más remota aldea,
el enviado del cielo 
un signo de amor le entrega:    
que quiere encarnarse el Verbo
en entrañas de azucena.

Dios te Salve, Ave María,
que tú eres de gracia llena
el Señor está contigo
Bendita por siempre seas:
Tú concebirás un Hijo
para ser la Madre eterna
del Salvador de este mundo,
que reinará en cielo y tierra.

Y al saludo de Gabriel
que le trae la buena nueva
como Esclava del Señor 
responde la nueva Eva:
Hágase en mí tu Palabra
que soy su humilde doncella.

Un resplandor rompe el alba,
Nazareth de Galilea.
Ya nace el nuevo Israel,
florece una nueva era,
que hoy anuncia San Gabriel
a una Virgen nazarena
que por salvar a los hombres,
y redimir su miseria,
el Salvador de este mundo
se ha encarnado en su Pureza.

 I.  LA CIUDAD DE SANTA MARÍA. 

Reverendísimo e Ilmo.Señor Vicario General del Arzobispado de Sevilla.
Iltma.Sra. Teniente de Alcalde Delegada de Cultura y Fiestas Mayores del Excelentísimo Ayuntamiento de Sevilla.
Ilustrísimo Señor Presidente y Junta Superior del Consejo General de Hermandades y Cofradías de la Ciudad de Sevilla.
Cofrades de Sevilla,
Señoras y Señores...

 Cuatro jarras de azucenas proclaman su misterio desde la más alta azotea de la ciudad. Una Fe victoriosa girará al compás del viento dominante, dirigiéndose con su palma hacia uno de esos cuatro puntos cardinales por donde se acrecienta una misma pasión mariana. Es igual: señale al norte o al sur, a levante o a poniente, mil nombres, mil advocaciones de Santa María nos esperan detrás de cada torre, de cada muro, de cada espadaña.

 Subid conmigo al más hermoso alminar almohade, el que Hernán Ruiz supo coronar como sublime campanario de la gracia, y desde allí podréis contemplarla en sus ya amplísimos contornos: es la Ciudad de Santa María. Ni el Belén de la Natividad, ni la Jerusalén de la Pasión, ni la eterna Roma de grandeza vaticana podrían soñar en alcanzarla. Porque si Andalucía entera es Tierra de María Santísima ninguna como ella en ese delirio de amor, en esa presencia firme y constante de la Virgen en el corazón y la vida de una inmensa mayoría de sus hijos:

Salve Madre, en la tierra de tus amores, 
Que en el cielo tan solo te aman mejor.   

Yo quisiera que las palabras de este pregón, alcancen o no finalmente vuestra benevolencia, sean sobre todo testimonio de ese amor que aprendimos de nuestros padres. Dejadme ser, en la torpeza de mi palabra, un  portavoz ilusionado de las nuevas generaciones cofrades que quieren dejar escrito un nuevo capítulo en esa gloriosa historia hispalense de amores a la Virgen. 

Nos sentimos  responsables de preservar un legado de creencias en  un marco de bellísimas formas y tradiciones. Pero nuestra fe viva tendrá que alumbrar un entorno de tibieza religiosa, y, en ocasiones, de materialismo ciego. Hoy estamos llamados, más que nunca, a dar autenticidad a nuestro culto, y a profundizar nuestra vida espiritual y nuestro compromiso social, haciendo de nuestras hermandades un cauce específico para vivir como verdaderos cristianos. 

 Consciente de ello sólo quiero invitaros a recrear esas vivencias, reviviendo cada momento emotivo, cada ilusión renovada, en ese tiempo que la sabiduría de nuestro pueblo quiso dedicar a las Glorias de María.
 

II.  TIEMPO DE PASCUA FLORIDA.

Despuntan esas glorias con las primeras rosas de abril, en la Pascua florida que despierta cuando aún está humeante la cera de nuestros pasos de palio, cuando aun se deshojan los efímeros techos de farolillos en las márgenes de Tablada.  Nacerán las procesiones de gloria  en el corazón mismo de la ciudad, en aquel altozano que quedaba aislado en las grandes arriadas del Guadalquivir, y que fue nuestro núcleo de origen en la época turdetana. Es ese enclave al que aún subimos los sevillanos por nuestra única cuesta: la del Rosario. 

 La Salud, la Alegría y el Auxilio de los Cristianos... 

Tarde de mayo en la Alfalfa, a la sombra de los castaños de Indias. Cuatro ángeles hieráticos hacen guardia por la Alcaicería, mientras se sonríe un niño chato y travieso. Que ese día dicen que vuelve a brotar en San Isidoro el pozo de aguas cristalinas que nos devuelve la salud perdida: 

 Eres pozo de agua viva
del que se sacia el sediento.
Eres impulso y aliento,
y candor que nos cautiva,
la Salud que nos aviva,
y el más sublime tesoro,
-entre tanta maravilla-
de la antigua Costanilla
y el Señor San Isidoro.

 Apenas transcurran unas jornadas habremos de bajar por Conde Ibarra,  por donde corre el muro divisorio de la antigua aljama, para encontrarnos con la serenidad de otra imagen de singular majestad. Dicen que nos vino del oriente, y hay sin duda un sello oriental en esa elegancia que derrama desde su altivo y sencillo paso, diseñado para esquivar con pericia la calle de los Céspedes, la esquina de Levíes, la angostura de Vidrio o el portalón neoclásico de San Bartolomé el Nuevo. 

Trama urbana de una Sefarad perdida, que hoy devuelve el eco de aquel  primer rosario público que se cantara hace trescientos años en honor de la Madre de Dios:  

Medianera Universal,
Rosario de la Alegría,
todos cantan a porfía
tu pureza virginal.
Y entre sus muros de cal,
San Bartolomé te adora,
porque tú eres la Señora
que de Dios todo lo alcanza
y el Arca de la alianza
de la gente pecadora. 

Y bajando a la ronda tendremos otra cita ineludible. Será en la Trinidad, donde encontraremos viva la herencia de aquel santo sacerdote de Turín; el que supo aunar la educación de los jóvenes con la devoción mariana, la doctrina social de la Iglesia con la participación católica en las tareas públicas. Es el amor que la familia salesiana sembró un día entre los talleres de una incipiente industria, junto a las huertas trinitarias, y que terminaría  germinando por toda la ciudad:

Celestial Auxiliadora, 
Salesiana de los cielos,
Madre de nuestros anhelos,
y amorosa intercesora
que velas siempre en la hora
de la inquietud y el dolor.
Tú eres la más bella flor
que brotó en la Trinidad,
azucena de humildad   
y auxilio del pecador.

Entre los naranjos de la plazuela de Santa Marta despediremos el mes de las flores ante la Pura y Limpia del Postigo. Los barrios de Nervión y de la Voluntad, replicarán en fervores a María Auxiliadora, que se hizo juvenil hermosura con las salesianas, para sentarse luego al calor de una tertulia con sus vecinas de Triana. Y el parque Alcosa revivirá tardes de primavera vencida  en torno a su hermosa y doliente Virgen de los Desamparados. 

Pero Mayo habrá sido también ocasión para santificar la festividad del trabajo; y que mejor que hacerlo al sevillano modo, como lo hará San José Obrero al son de la trompetería, por las calles de un barrio que también late con la hermosura de su Virgen de los Dolores. 

La devoción escondida de las hermanas de la Cruz. 

Este mes de mayo de 2003 quedará grabado por siempre en nuestra memoria colectiva. Hace tan solo unos días que su Santidad el Papa ha refrendado entre nosotros una orla de santidad siempre intuida. Aun permanecen entre estos mismos baquetones y nervaduras los ecos de la primera liturgia oficial a la nueva santa, la emoción desbordada y el gozo íntimo de los más  puros sentimientos del pueblo. 

Pero yo quisiera hoy volver a buscar esa capillita pulcra que se esconde entre San Pedro y San Juan de la Palma, y remontarme a cualquier mañana de invierno, cuando hasta el sol se recata al traspasar las celosías de madera para comprobar el perfecto estado de revista en que la madre sacristana está dejando los altares y hornacinas. 

Allí, tras la urna que protege su cuerpo incorrupto, y en un breve retablillo,  donde la austeridad es rayana de la pobreza, encontraréis la devoción más íntima de las hermanas de la Cruz. 

Qué buen ejemplo para nuestras hermandades esta congregación de tocas blancas y velos negros, que se reconoce a distancia por el sello de la caridad y entrega, sin que ello suponga escatimar nada de lo relativo al culto y ornato de la Virgen. Porque todo es poco para Ella. Sólo así puede explicarse esa paradoja de la ausencia de signos externos de ostentación o  riqueza en la congregación, y el esplendor que rodea su  imagen mariana. 

¡Qué bien representa la devoción de las monjitas a la Virgencita de la Salud ese modo tan sevillano de querer a nuestra Madre del Cielo! :  

De entre todas las gloriosas 
devociones escondidas, 
la violeta de humildad
que la Santa prefería:
la Salud de nuestras almas
que nos devolvió la vida,
adornada en su pureza
con virtudes a porfía,
con la humildad como lema,
con caridad como cima,
aplastando siempre el yo,
sirviendo con alegría. 

Y entre todas las gloriosas
procesiones escondidas,
la que alegra a las hermanas,
la que sueñan las novicias,
la que contempla Sor Angela
desde su dicha infinita 
cuando, en la tarde de mayo,
de la intimidad bendita
de los claustros del convento,
sale la Virgen chiquita,
que de la Salud se llama,
y  nació en Santa Lucía,
para ser por siempre Reina
de las monjas de Sevilla.

Las devociones que se hicieron sevillanas. 

Se acerca la fiesta grande del  Corpus, en la que  volverán a refundirse los dos grandes amores de Sevilla sobre un manto de juncia, albahaca y romero. 

En la fachada plateresca de las antiguas casas consistoriales, la retama volverá a lucir sobre el bastón de alcaldesa de Santa María de la Hiniesta, patrona del Municipio desde el lejano voto de 1649. Todo es misterio en Ella: desde la persecución almohade que la condujo a Cataluña hasta su hallazgo entre retamas persiguiendo una perdiz;  desde la puerta tapiada en San Julián para impedir otra inoportuna salida, hasta la leyenda que proclama con orgullo su linaje:  "Soy de Sevilla, de la puerta que conduce a Córdoba".

Pero no sólo la Hiniesta insistió en ser sevillana. Las glorias hispalenses asumieron muy pronto antiguos fervores de la patria hispana. Ahí tenéis a Valvanera de la Rioja, acunada en San Benito de la Calzada por los mismos monjes benedictinos que la vieron nacer a orillas del Najerilla, mil kilómetros más arriba. O al Pilar de Zaragoza, Patrona de España, venerada en San Pedro en imagen de deliciosa ingenuidad dieciochesca. O a la extremeña Virgen de Guadalupe, cobijada en el sagrario del cenobio franciscano de San Buenaventura, que parece encerrar en su claustro de Carlos Cañal la placidez de la serranía de las Villuercas...

Andalucía entera traerá a su capital los paisajes con los que aprendió a venerar a María: horizontes lucentinos del santuario churrigueresco de la sierra de Aras, para la Virgen de Araceli. Jara y lentisco del monte egabrense para la Virgen de la Sierra. Roquedales de sierra morena para la Virgen de la Cabeza, embajadora de la Alta Andalucía en las orillas anchas del Bajo Guadalquivir. Pinares de fuentepiña y  esteros del río Tinto para la Virgen de Montemayor. Encinares para la Virgen del Prado de Higuera de la Sierra. Lomas de olivos para Guadalupe de Úbeda. Olas azules del mediterráneo para la almeriense Virgen del Mar...   
 Rocío del cielo. 

Y marismas abiertas para sus hermandades del Rocío...

 Porque los títulos rocieros de Sevilla no son precisamente de ayer por la mañana: desde 1813 nuestra ciudad venera públicamente y en hermandad a la Blanca Paloma. Hasta las mismas orillas del Guadalquivir llegaron entonces las aguas desbordadas de amores del arroyo de la Rocina. Desde aquel día, Triana ha sido norte y guía de la devoción rociera, y se siente orgullosa embajadora de una corte que está en Almonte.  No en vano su hermandad, tal como afirmara el ilustre palmerino Manuel Siurot, ha sido siempre el "mejor cartel en la mejor esquina del mundo". 

Pero Triana no sólo nos enseñó a enamorarnos de la mirada baja de la Virgen. Triana ha sido madre y maestra de la singularidad rociera. Así lo demuestran los dos grandes tesoros que ha legado a la historia del Rocío: Su carreta de plata, paso de palio peregrino de los caminos...

   Y su simpecado: relicario de nuestras alegrías y nuestras nostalgias, espejo de la Madre engarzado en tisú verde manzana y recamado en oro. Retablo mayor para esa liturgia sin igual que se celebra cada año en Marlo, los Playeros, la Raya Real, Matasgordas o el Pinto, cuando el lubricán de la tarde parece adormecer a los pinares del camino.
 

Pero decir Rocío será también pronunciar su sonoro nombre: El Salvador, fervor de familias apiñadas en el corazón del casco antiguo, al calor de una preciosa réplica de la Blanca Paloma. Y en Pentecostés, verde esperanza para otro simpecado de tronío, filigranas de plata para otra portentosa carreta: en ella se van al camino los mayores fervores de Sevilla.  

 Y Rocío serán también Tiro de Línea y Cerro del Aguila, juvenil vitalidad de  barrios trabajadores que asumieron como propia la semilla rociera. ¡Qué elegancia rezuma la ciudad hasta en sus brotes más nuevos!  Y es Macarena: esplendor inusitado de la más joven de las hermandades rocieras. Rocío de San Gil: simpecado de filigrana donde los ángeles tocan la guitarra, la  flauta y el tamboril, acompañando una Salve eterna a la que es causa de nuestra alegría, la que llena nuestras vidas de Rocío vivificador  y de Esperanza.
 

III.   BRISAS DEL ESTÍO.

 Cuando vuelven las carretas apenas quedan unos días para la festividad magna del Corpus Christi. Y tras ella se inicia un largo período donde el rigor del clima y la cercanía de la costa parecen aliarse en favor de un mayor intimismo, de un retorno a la vecindad tranquila de pretéritas décadas.  

Las noches estrelladas del primer verano nos traerán a las calles la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Hoy no se entendería el barrio de Nervión sin la presencia de su Señor, esa devota Imagen del Sagrado Corazón en la que Illanes sintetizó magistralmente la reciedumbre del verdadero hombre con la unción sagrada de la divinidad. 

También la ciudad del sol parece transformarse cuando el  Inmaculado Corazón de María  sale a prender la llama del amor en su barrio y el entorno de su colegio. Porque es la Virgen claretiana la que mejor nos sigue hablando, entre los naranjos de Heliópolis, de misioneros heroicos, de mártires por la fe, de vocaciones dedicadas con carisma a la enseñanza.

La Flor del Carmelo. 

Hay un nombre de María que repiten a porfía hasta las olas del mar. Su estela llegó a nuestro puerto, navegando río arriba, como galera  de Indias impulsada por la brisa de poniente. Por eso, cuando llega su fiesta, la ciudad ansía los mares, porque querría tener también una alfombra de arenas, un paseo de olas para embarcarse con su Virgen del Carmen. 

Por eso añora Sevilla poder reflejarse en las aguas del Atlántico, acercarse al perfil estival de sus ciudades hermanas: a las espadañas gaditanas del Carmen en la Alameda Apodaca, a la blancura humilde de la capillita de Bajo de Guía, a la salinera claridad de San Fernando. Y sueña, en fin, nostálgica, con las riberas abiertas del gran río, y con el esplendor del puerto americano que se fué. 

Pero aquella advocación, tan vinculada a las gentes de la mar, perdurará por siempre en las entrañas de un barrio que a pesar de estar varado varias millas tierra adentro, fue orilla del océano. Así lo canta a los cuatro vientos la atalaya alfarera del Altozano:

 Ya no hay mar, ni marineros   
junto a la puente de barcas.
 Ya no hay barra de Sanlúcar
que buscar cada mañana.

Ya no hay carga en tu Arenal
ni muelle en Atarazanas
que ya no sirve tu río
de puerto grande de España.

Pero en el faro del puente
sigue habiendo luna clara
que aquella Virgen de oriente
que del Carmelo llegara
quiso dejar para siempre
su escapulario en Triana.


Signo universal de salvación será el escapulario carmelita. Señal inequívoca de Dios como aquella pequeña nube que vislumbró el profeta Elías, y que al convertirse en lluvia torrencial que acabó con la sequía afianzaba el pacto del Dios de Israel con su pueblo. Por eso en la tradición carmelita María será también esa nubecilla que sube del mar, pequeña y delicada, que nos trajo la fecunda bendición de Dios. 

Tal vez por ello los sevillanos intuimos que su misterio debía venerarse con simplicidad, adornado con esa paradójica majestad que tienen las cosas humildes. 

Y así lo hizo San Gil, donde el Carmen será palmera de Sión que mece su figura envuelta en la humildad de un escapulario y un manto blanco liso. Y San Leandro, donde el calor de su nombre dio razón de ser a una barriada trabajadora. Y en el Santo Angel, que sacó a las calles todo el intimismo del claustro conventual. 

Por esa misma sencillez heredada del Carmelo la gente de la antigua laguna, aquella Alameda renacida del río, te idealizó en juventud eterna en la Capilla de la Cruz del Rodeo, hoy a punto de cumplir los quinientos años. Y en esa misma dulzura infantil te soñó Gutiérrez Cano, para una hermandad que te trajo desde el carmelo de Santa Ana y acrecentó tu devoción bajo las ojivas de Santa Catalina: 

¡Ay Virgencita del Carmen,
tan menudita y tan niña!
 Nubecilla del Carmelo
que dejaste Palestina
y que cruzando los mares
arribaste a nuestra orilla.

Tú serás siempre la lluvia
que fecunde nuestra vida,
y el manantial de dulzura
que sosiegue nuestra ira.

Tú serás siempre el timón
y el faro de nuestra guía 
y la Dulce Capitana
que conduzca nuestra quilla.

Llévanos Madre del Carmen
de tu mano al cielo un día, 
que aprendimos a quererte,
al son de las bambalinas,
en el palio de las glorias
que te bordara Sevilla,
para tenerte por siempre
allá en Santa Catalina.


 IV. POR QUIEN REINAN LOS REYES. 

Agosto gira en torno a la mañana de la Virgen. Habrá ajustes en el calendario de vacaciones para hacer posible la presencia el día de la fiesta. Vendrán luego las tardes previas de novena, abanicos a destajo y coplas y salmos a compás. Mañanas de besamano,  para venerarla familiarmente, en un rito antiguo entre aderezos de coral o de amatista. Madrugón ilusionado en el Aljarafe y los Alcores, con aires de peregrinación festiva, reivindicativa ante el pueblo capitalino de los mismos títulos de sevillanía que ostenta la provincia. Y al fin la cita de los tres favores rituales, en esa gloria recreada a pequeña escala que es la Puerta de los Palos cada quince de agosto, cuando las veinticuatro campanas mayores de la Giralda y las campanas de la Encarnación acompasan el paso medido de la procesión de tercia.

Por Ella Reinan los Reyes. Por Ella suspira todo un pueblo: ¡Cuanta historia nos contempla en la mañana grande de la Asunción! Desde su sillón de carey y plata su sonrisa enigmática volverá a descubrir la ciudad emblemática que Fernando reconquistó del Islam. A sus plantas un bastón de alcaldesa testimonia esos ocho siglos ininterrumpidos de fe y piedad mariana... 

Una de las más hermosas leyendas vivas de esta Santa Iglesia Catedral nos habla de breves pisadas misteriosas en sus frías y solitarias madrugadas. Dicen que corretea. Que se escurre entre las rodillas de su madre y que gatea para bajarse de las altas gradas de la Capilla Real. Al día siguiente las camareras, habituadas al perfeccionismo, percibirán algo extraño: una arruga en el  vestido, tal vez alguna suciedad, algún pequeño roce en las recortadas suelas de sus zapatitos de niño. Al tiempo, alguien comentará con reserva  la rápida y prodigiosa solución de algún problema tortuoso o complicado.

 ¡Cuantas gracias deberá Sevilla al pequeño Rey de Reyes! ¡Cuantos favores recibidos de este rubicundo Jesús - sevillano hasta la médula-, aunque parezca escapado del parteluz de una ojiva de Rouen, Chartres o cualquier otra catedral francesa!

Otro de los relatos hermosos de la tradición se remonta hasta los lejanos días del asedio a la cerca musulmana, cuando una flecha enemiga entró en la tienda real. Pero aquel proyectil desvió su trayectoria, impactando no en el monarca sino en el manto de la Virgen. Fue entonces cuando el rey santo, queriendo remendar con sus propias manos tan injurioso destrozo, se hizo sastre  para poder servir a Aquella por la que los reyes reinan. 

Aun en nuestros días, en San Ildefonso, aquel relato se mantiene vivo,  gracias a los herederos -en oficio y devoción- de aquellos maestros alfayates del rey Fernando. Y hoy se afanan por concluir una nueva y singular tumbilla para que su hermosa Imagen, vicaria de la  fernandina, vuelva pronto a reencontrarse con la brisa y el paisaje de la ciudad de sus amores.

 
V.  ANOCHECER DE SEPTIEMBRE.

Ya huele a cosecha en las fértiles tierras de la vega  y a pisada de uva en el Aljarafe: se abre un nuevo curso. En la diversa y rica realidad de las hermandades de gloria pronto encontraremos goces nuevos. Como el renacer de la Esclavitud de la Encarnación, fusionada con la Sagrada Cena, que volverá a procesionar a una Virgen de singular empaque: ¡Ya sueña Sevilla con la nueva rosa de los Terceros!

Pero si la salida procesional es culmen de una llama de devoción latente a lo largo del año, no por ello deja de haber singularidades. Incluso las hermandades que renunciaron expresamente al esplendor externo: ved ahí la hermandad de Nuestra Señora de la Antigua del Salvador, cuyo presupuesto, exclusivamente dirigido a socorrer a los conventos de clausura, constituye la mejor versión cofrade del óbolo de la viuda.

En San Esteban, en cuyas ojivas se hermanaron el mudéjar y el gótico, la luz del mundo encontró su mejor faro de amor, y aquel delicioso Niño el regazo tierno de María Inmaculada. Virgen de la Luz, que viviste exilios en aquel palacio donde Sevilla respira aires de Roma andaluza. Lucero de la Puerta Carmona, ¡alumbra por siempre el camino de nuestras vidas!.

En la Alhóndiga volveremos a implorar a Santa Lucía que conserve la cálida luz de Sevilla en nuestras pupilas. Y en el Juncal, una barriada demostrará hasta que punto puede sevillanizarse una devoción extraña: ¡Quién te diría -Virgencita románica del Juncal- llegada de lejanas tierras del cantábrico, cuando cruzas en volandas tu feligresía!. 
 
Por esos mismos días Bellavista se hará nazarena cuando ponga el paso de la Virgen de Valme en sus calles, en un anticipo gozoso de la singular romería de Cuarto, regocijo de galeras y  caballistas.

Y septiembre se hará finalmente mercedario en ese hermoso periplo que conduce cada año de la Capilla del Museo a la de la  Puerta Real. Desde la antigua Casa Grande de la Merced calzada hasta la Puerta de Goles, donde se alza una breve capillita de ventanas siempre abiertas, como su corazón de Madre.

Yo conocí desde niño la hermosura de tu menuda figura, la fragilidad de las manos con las que derramas tus gracias a los que somos pecadores. Fue entre un verdor de naranjos, a la sombra de centenarios magnolios; yo iba de la mano de mis padres, que me enseñaron desde muy chico a quererte en cualquiera de tus nombres.

 Y al verte tan menudita y tan niña, Virgencita de la Puerta Real,  fuiste para mi aquella misma Virgencita que velaba mis  sueños al pie de la cama. No he faltado nunca a esa cita anual. Por eso sé bien que al final de mis días te tendré de intercesora: 

Te conocí desde niño
y en mi memoria te encuentro
entre hileras de naranjos
entre vencejos al vuelo.    
Anochecer de septiembre
en la plaza del Museo,
de la mano de mis padres,
cuando asoman los luceros.  

Mercedes de nuestro amor
redentora de mi pueblo.  
Pequeñita y delicada,
como una rosa de ensueño
que cultivara Sevilla
para ser Madre del verbo. 

Aires de Puerta Real
que contagian al Museo
y a ese barrio señorial
 que te espera con anhelo,
de San Vicente hasta Baños
  para mirarse en tu cielo.

Volveré a verte este año
entre vencejos al vuelo, 
bajo un techo de magnolios, 
cuando asomen los luceros.

Y  cuando caiga la tarde
tu eterna merced espero: 
que en un lejano septiembre 
la oración que tanto quiero,
me enseñaron a rezarte
en la Plaza del Museo.


 


VI. PASTORA DE NUESTRAS ALMAS.
 

En el historial de amor mariano de Sevilla aflora un mérito singularísimo: haber acunado una devoción, un título y una fiesta propia de la Virgen, y haberla transmitido a la Iglesia universal.

 Se cumplen gozosos trescientos años de la fundación por fray Isidoro de la primitiva hermandad pastoreña, en la Parroquia de San Gil. Tercer centenario de aquel sueño celeste que nos descubrió a María con sombrero y pellico, pastoreando a su grey con su cayado de amor.

 Y aquella visión del venerable capuchino se transmitió de boca en boca, hasta alcanzar la ciudad entera y su antiguo Reino, y pasar desde allí a ultramar. 

Hoy persevera esa devoción, siempre reverdecida -como los olivos de nuestra tierra- en el cariño de sus hermandades. Oliendo a monte bajo, con sabor campesino, con el pintoresco colorido de esos cuatro riscos que la ciudad mantiene como rústicos tronos para la Madre del Buen Pastor: 

 Cuatro riscos florecidos,
los que su cayado guarda,
Capuchinos, San Antonio,
Santa Marina y Santa Ana. 
 

Capuchinos 

Capuchinos nació en la antigua huerta  
que buscó su cobijo en la muralla,
arrabal de hortelanos y labriegos
en la vía que a Córdoba llevaba.
Allí donde la vieja Hispania goda
dio vida al ser católico de España.
 ¿Donde fue aquella lágrima perdida
 del Rey Hermenegildo por su patria?

Y venera Capuchinos a una Reina
que en Grecia sus perfiles acunara,
que es tan clásica y serena su belleza
que aun Fidias no pudiera superarla.  
Hoy la huerta ya huele a barrio nuevo 
donde fluye la vida con pujanza.
Y en la tarde de mayo calurosa
al compás de un rasgueo de guitarra,
un diluvio de pétalos la inunda
y una voz poderosa la proclama:

¡Pastora celestial de Capuchinos,
sé siempre nuestra guía y nuestra guarda!

San Antonio.

San Antonio se asienta en el silencio
y en la paz de un cenobio franciscano,
anclado entre las márgenes del río,
sus blancas espadañas salpicando.  
Un redil que llegó de San Lorenzo
dando culto a Jesús Sacramentado,
para hacer resonar entre sus muros 
el mandato del amor a los hermanos.  
 
Y venera San Antonio una Princesa
con sombrero y cayado de Pastora
revestida con manto de turquesa,
de mirada profunda y soñadora.

Y un zagal corretea en la pradera
sembrada de violetas y amapolas
mientras Ella lo vigila de reojo  
que es travieso y no puede estar a solas,
y no caben descuidos ni renuncios
en Madre diligente y cuidadosa.

¡Pastora celestial de San Antonio
sé siempre nuestra amable protectora!  

 Santa Marina
 
Santa Marina guarda en la memoria
de su mudéjar grandeza perdida
tres centurias de historia pastoreña 
que son honra de la Iglesia de Sevilla.  

Que allí se asentara la primera
entre todas las que luego seguirían,
la hermandad que legó Fray Isidoro
con un sueño que a todos encandila.
 ¡Quien viviera los fastos y fervores
de los reyes visitando su capilla!

Y honra su hermandad a una princesa
en rosados rubores encendida,
que es primor de una joven aniñada
de celeste dulzura revestida. 

Hoy la tarde remansa su cadencia
recordando nostálgica la estampa
de un barrio y una capilla perdida 
 y una calle a su nombre dedicada.
Pero quiso el Señor que sabia nueva,
de jóvenes tenaces y entusiastas,
luchara por la devoción antigua
hasta verla en Amparo entronizada.   

¡Primitiva Pastora de Sevilla
guárdanos al calor de tu mirada! 
 
 Y Santa Ana

Santa Ana se hizo pastoreña
en la vega esplendente de Triana,
entre alfares y forjas, y bajeles
anclados a la sombra de sus casas.
Y ese río que baja hasta Sanlúcar,
la Pastora romántica acunaba, 
nacida del calor de un capuchino
que el fervor de sus fieles avivara,
y mecida entre los mimbres de su orilla
por los cantes gitanos de la Cava.

Y venera Santa Ana una Pastora
de dulzura y belleza extraordinarias,
de unos ojos luceros de azabache
donde asoma el fulgor de la Esperanza. 

Hoy suspira la tarde de septiembre 
al doblar el pretil del Altozano 
que hoy Sevilla a su barrio más querido  
por la calle del Betis se ha asomado 
para ver su perfil y su finura
y el color de ese rostro tan gitano.

¡Pastora celestial de Santa Ana
  vuélvenos al redil con tu cayado!
 

Cuatro riscos florecidos,
los que su cayado guarda,
Capuchinos, San Antonio,
Santa Marina y Santa Ana,
 cuatro prados de Sevilla, 
cuatro rebaños de almas.

Venid juntos pastoreños, 
que aunque cuatro riscos guarda,
que aunque los prados sean grandes,
que aunque la ciudad sea varia,
una sola es nuestra Iglesia,
una sola nuestra Casa,
y es una sola la Madre
que vela con su mirada.

Venid juntos pastoreños
a la voz de su llamada,  
cuando quiera que nos busque:
con las claritas del alba,
al atardecer el día 
o bajo noche estrellada.

Venid juntos pastoreños
en la fe que nos hermana,
que uno solo es el legado
de devoción sevillana
que soñó Fray Isidoro
para que el mundo adorara
a esa Dulce Campesina
que con su cayado guarda,
nuestra vida y nuestra muerte
de día y de madrugada. 
¡Pastora de mi Sevilla!
¡Pastora de nuestras Almas!


VII.  CON LAS CUENTAS DE UN ROSARIO.
 
Octubre es mes de nardos y rosas tardías.  Pero aún florecerán a destiempo azucenas para Nuestra Señora de la Anunciación, y caerán  jazmines para saludar en la Puerta de la Carne la  belleza castiza de la Virgen de las Nieves. Hasta un anticipo gozoso de  diciembre reviviremos cuando la Virgen de la Esperanza recorra el antiguo barrio de la Europa, como la Divina Enfermera de una urbe apuntalada y herida. 

Un octubre permanente vivimos en la Iglesia Universal. El Santo Padre, en su Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, nos llama este año a revitalizar esta antigua y universal oración de la tradición cristiana. Pero esta ciudad siempre supo valorar cuan grata era la devoción rosariana en el seno de la Iglesia.

Rosario en Triana 

Porque decir Rosario es decir Triana. Poso de siglos a la  sombra de la torre de Santa Ana, semanalmente revivido en esa Salve a Madre de Dios, con la que culmina la misa del  mediodía. Sabia nueva entre los naranjos del barrio León. Yo quisiera bordar ese último escudo de amor que falta en la malla de los respiraderos de Madre de Dios del Rosario, donde todos los capataces y costaleros de Sevilla se hacen hermanos bajo las trabajaderas, que uno sólo es el amor a su Patrona: 

Capataces, costaleros:     
formad solo una cuadrilla    
para esa flor sin mancilla    
que refulge entre luceros,
y que enseñó a los trianeros
a desgranar el rosario,
poniendo su santuario
a la sombra de Santa Ana.
 
¡Que sea por siempre Triana
su fanal y relicario!      

Pero decir Rosario será también decir abolengo histórico que lucha por perpetuarse: Rosario de San Marcos que renació en San Julián, con  la belleza más morena y castiza de María. Rosario del Dos de Mayo, con el fragor de las Aguas. Rosario de Santa Catalina, rescatada para la ciudad por el fervor de los hermanos del Carmen.  Rosario de San Vicente, radiante gracias a las Siete Palabras. Rosario de San Pablo, dulzura dieciochesca de Cristóbal Ramos para la Señora de la Orden de Predicadores en esas dos preciosas imágenes gemelas: la de talla, que conserva la hermandad de Montserrat y la de candelero que atiende la Sacramental de la Magdalena...
 
 Rosario de los Humeros.

Y no muy lejos de allí, en un rinconcito escondido de la calle Torneo, la devoción rosariana se mostrará claramente  como el instrumento devocional familiar y sencillo del que nos habla el Papa: 
  

Rosario de los Humeros
la de la dulce mirada,
la de la verdad sencilla,
la de la humildad a ultranza,

¿Quién puso el candor divino
a esa carita de nácar?

Rosario de los Humeros,
la de la Capilla blanca
del barrio de pescadores
pegadito a la muralla,
donde la Puerta de Goles
hasta el río se ensanchaba.

¿Quién cuida con tanto celo 
de tu culto y de tu casa? 

Fue tu hermandad fervorosa,
que hizo cumplir la añoranza
de dar calor a tu culto,
de darle amor a tu casa,
reviviendo tradiciones 
y renovando esperanzas
en aquella capillita
de recortada espadaña, 
donde un arrabal antiguo,
que el progreso arrinconara,
encontró razón de vida
  y orgullosa idiosincrasia. 

Rosario de los Humeros
la de la dulce mirada:
Te acompañaré temprano
-cuando esté rompiendo el alba-
al compás de avemarías,
al repicar de campanas.

Y al dejar las Capuchinas
cuando al mediodía abran  
los cielos limpios de octubre 
en una clara mañana  
una oración conmovida
dejaré junto a tus andas.

Que al ver tu verdad sencilla
y la humildad de tu gracia,
y esa desnudez tan tierna
del Hijo de tus entrañas,
he comprendido el mensaje
y lo he guardado en mi alma:
sencillez en nuestra vida
y puesta en Dios la confianza. 

Rosario de los Humeros,
la de la dulce mirada:
Fue Sevilla la que puso
candor a tu piel de nácar.

 Rosario macareno.

Pero quisiera ahora hablaros de otro Rosario que simboliza el esplendor de la devoción. Quiso la providencia que aquel popular barrio de hortelanos y comerciantes llegara a acoger en su seno uno de los más célebres santuarios marianos de la Cristiandad: la Esperanza se hizo madre en octubre, y hubo fiesta grande por el Santo de Israel.   Hoy, aquella Virgen de sonrisa amable que tantos años presidiera el altar mayor de San Gil, comparte oraciones y promesas con la Reina de Sevilla.

 Pero sigue habiendo un día en el calendario - el día en que los macarenos celebramos la Función Principal de nuestro Instituto-  en que  todo vuelve a girar, como antaño, en torno a esa doncella que vela el sueño tierno del Señor:  
 

Rosario de San Gil, flor macarena
abierta al cielo añil de Resolana
majestad de realeza soberana
y finura de niña nazarena.    

Oloroso jazmín, pura azucena
que a Jesús arrullaste con tu nana
vuélvete a sonreír cada mañana
que tus labios disipan toda pena.

Hoy renace nuestro rito centenario: 
Incienso y esplendor, campana al vuelo,
por las calles de un viejo itinerario.

Y vendremos a rezarte con anhelo,   
desgranando las cuentas de un rosario
que nos ha de llevar derecho al cielo.

VIII. ESPLENDORES DE NOVIEMBRE.  

Avanza el calendario: se conmemora a los que se fueron junto al Señor, y se presagia el Adviento. Está terminando un ciclo y aún quedan por abrirse dos rosas sin igual en los jardines de Sevilla.  Se dirían dos joyas preciosas  que fueron hechas ex profeso para lucir en una sola presea. Porque fue una misma y magistral gubia -la del flamenco Roque Balduque- la que dió vida a esas dos versiones, barrocamente asimétricas, de una misma maternidad divina.

Venid primero al Omnium Sanctorum, para encontrarnos con su presencia. En esa calle ancha que pervive desde la Edad Media como camino y mercado, comprenderéis pronto que todo gira en torno a Ella: 

Un baldaquino de oro
tiene el barrio de la Feria,
un altar privilegiado
y un trono para su Reina.
Y un templo como palacio,  
Y una torre que refleja
destellos de la Giralda
 en lacerías de sebka.

Un paso de filigrana
tiene el barrio de la Feria, 
para sacar en noviembre
a pasear la belleza
de una Madre que susurra
al Hijo que juguetea,
embelesado en su rostro
de serena complacencia.

Y en la peana de ensueño
que los ángeles sujetan
    Santos y santas de Dios
se postrarán ante Ella:
Vírgenes y Confesores
Patriarcas y Profetas,

que ya alejó los peligros
el Arcángel que la vela. 

Por Palacios Malaver,
la Cruz Verde y la Alameda,
por Calderón de la Barca,
Relator y ancha la Feria,
hoy vuelve a encontrarse el barrio 
con la más pura doncella.

Regina Omnium Sanctorum
de las gracias medianera,
celestial intercesora,  
Oh Dulce Abogada Nuestra.

Guárdanos de todo mal,
redime nuestra miseria,
    vela siempre por tus hijos
que de antiguo te veneran
como Señora y Patrona 
de esta collación señera.

¡Reina de Todos los Santos
Reina del cielo y la tierra,
 pero reinando por siempre 
desde el barrio de la Feria! 


Y venid luego a la Magdalena, la que heredó la magnificencia de la Casa grande de los dominicos hispalenses. Un rayo de sol traspasará los vitrales del crucero en la mañana íntima de la fiesta del Patrocinio. A eso de las diez y media el astro de vida bajará puntual a encender la belleza de su rostro y del de su Divino Hijo, participando así en la más hermosa protestación de fe en la mediación universal de nuestra Señora.

El que os habla tiene la dicha de haber recibido el bautismo en la pila de la parroquia, y de haber sido ofrecido, con sus cortos días de vida, ante la presencia de la Virgen. El Amparo es, para mí, recuerdo entrañable de mi  primera infancia, devoción de mi padre, que me transmitió fortaleza en la fe; oración de mi madre, que me enseñó a rezar, y sonrisa amable de mi abuela, que me sostiene orgullosa en brazos, en aquella mi primera fotografía ante la Virgen. Por eso hoy le canta mi corazón:  

Tú eres Reina de San Pablo
y  sol de la Magdalena,
Amparo en todo quebranto,
Bálsamo de nuestra pena,
Patrocinio del que pide
apoyo en cualquier miseria:
que en tu corazón alado
y en tu talle de princesa
encontró cobijo el llanto
y consuelo la tristeza.

Tú eres Reina de San Pablo
y sol de la Magdalena.

Tú, que un uno de noviembre
paraste el temblor de tierra
que arrastrara hasta Sevilla
la tragedia lisboeta,
has sido puerto y refugio 
de nuestra incierta existencia.

Tú, que hiciste de tu nombre
razón de ser y bandera
de un hospital para niños
proscritos a la miseria, 
has sido para tus hijos
dulce regazo de seda. 

Tú, que plantaste tu casa
en la fábrica mudéjar
de aquella vieja parroquia
que el cruel francés destruyera.
 
 

Tú que llevaste tu trono
donde tu feligresía fuera,
has sido, siglo tras siglo,
de la Magdalena dueña.
 
Mas sobre todas las cosas
¡Oh dulce abogada nuestra!
Oh siempre Vírgen María, 
Refugio de nuestras penas, 
en la hora de mi muerte
Tú serás mi madre buena:

Que en tu corazón alado
al cielo subir quisiera,
para vivir en la dicha
de tenerte siempre cerca,
amparado en tu sonrisa
y refugiado a tu vera.

¡Tú, mi Reina de San Pablo!
¡Mi sol de la Magdalena!


IX.  SEVILLA INMACULISTA.

Gozos de diciembre. Un pendón albiceleste ondea en la Torre fortísima: es el pregón de la fidelidad. Sevilla con la Inmaculada. Fiesta entrañable en una ciudad en la que arreció la defensa del misterio inmaculista, desde aquel famoso sermón del Convento de Regina en 1613.

Aun faltaban dos siglos para la proclamación dogmática y la ciudad se entregaba sin reservas a defender el misterio, a venerar  a la Doncella sin mácula, apenas intuida en su grandeza por los pinceles de Murillo y la gubia de Montañés. A cantar por las calles las coplas del padre Toro y Miguel del Cid.

 Cofrades de Sevilla: ¡conservad por siempre la copla que mejor refleja nuestro sentimiento!. Venid a entonarla, arropando a los seises, en tardes de la octava, mañanas de pontifical. Que no se pierda entre las nuevas generaciones aquella melodía que hizo enronquecer a nuestros antepasados, sabiéndose precursores de la misma Roma:

 "Todo el mundo en general, a voces, reina escogida, diga que sois concebida  Sin pecado original".

Privilegio singular de Dios omnipotente a su Madre, en atención a los méritos de Cristo Salvador, nos dirá la Teología. "Dios pudo, quiso, luego lo hizo", apostillará  el pueblo. 

Razonamiento tan sencillo como la Pura y Limpia del postigo del aceite. Así lo entendió el Papa mariano, Juan Pablo II, cuando ofreció a la Virgencita del Postigo su  tributo espontáneo de amor. Así guardaba la Divina Providencia el más sincero agradecimiento que la Iglesia universal pudiera tributar al fervor inmaculista de Sevilla.

Por todo eso volveremos siempre a tí, oh, Madre Inmaculada. Porque Tú eres el más hondo sentir de nuestro pueblo y de nuestra Iglesia. Porque Tú eres el orgullo de nuestra raza: 

De los cielos azules de Sevilla
un manto de brocado te trajera
y del blanco azahar de primavera
una túnica límpida y sencilla.
 
Resplandor de la luna que más brilla 
engarzado a  tus plantas te pusiera,
que no hallarás ciudad que más te quiera,
Oh Virgen concebida sin mancilla.

Traeré seises que alegren tu mirada 
y coplas que proclamen de por vida   
  el gozo de saberte Inmaculada. 

Ante tí dejaré mi alma prendida, 
de tu Pura belleza enamorada:   
Que fuiste Simpecado concebida.

 X. CANTO FINAL

Antes de finalizar el pregón, permitidme una pequeña licencia que podríais considerar una concesión a la más intensa de mis devociones. Pero quisiera hacer de ella una llamada de atención hacia esa necesaria unión que ha de reinar entre todas nuestras hermandades, porque sólo unidas en el nombre de María pueden comprenderse las diferencias formales entre nuestras corporaciones penitenciales y gloriosas.

 Contemplad conmigo esas delanteras de nuestros pasos de palio, ¿no constituyen por sí un hermoso pregón glorioso de Santa María?: Vírgen del Pilar, de Montserrat, de Guadalupe de México, de la Caridad del Cobre, de los Reyes, del Rocío, de la Cinta, de Consolación, Pura y Limpia del Postigo,... sus miniaturas de plata y marfil nos anticipan alegría en plena celebración penitencial de la Pasión.

Acudid ahora conmigo a los besamanos de nuestras Dolorosas en la tarde de un ocho de diciembre y veréis de nuevo llorar a María, cual paréntesis penitencial en los gozos del Adviento.
 
Venid a rezad ante la Virgen del Sol, el lucero doloroso del Plantinar, imbuida de clasicismo en su original iconografía. ¿Dónde situar las fronteras rígidas entre el dolor y la gloria?

Y es que todo se relativiza en Sevilla cuando hablamos de María. Y hasta sus advocaciones romperán los esquemas litúrgicos del dolor y el gozo, para convertirse en requiebros intemporales de amor a nuestra Madre del Cielo. ¿No lo entendió así Madre Angelita, nuestra muy querida Santa Angela de la Cruz, cuando  convirtió a aquella deliciosa Virgencita de la Salud en el icono predilecto de la nueva orden, sustituyendo a Jesús Niño por el leño de la redención?.

Y decidme ahora hermanos ¿cuando empiezan las glorias de María?  Tal vez con el intimista besamanos a la Virgen de la Alegría, en el Domingo grande de la Resurrección. Tal vez la oficialidad nos remita a este pregón que a todos nos ha convocado.  Pero existe un anticipo que el pregonero ha vivido bajo una túnica nazarena. Es un momento que también se vive en la orilla trianera del río, y que refunde el fervor de la Pasión con el gozo exultante de la Pascua: 

Hay quien dice que las Glorias
no inician su calendario
hasta la Pascua Florida
del Señor Resucitado.

Pero yo he visto la Gloria
de María manifiesta
un Viernes por la mañana
por la calle "ancha la Feria" 
desbordados los fervores,
los corazones en vela,
que el domingo resucita
y aquí: se acabó la pena.
  
Y así lo proclama el pueblo
con alegría entusiasta,
en la voz de una saeta
enronquecida y quebrada
que desgranaba en su verso:
 
Virgen bonita y gitana
que tienes nuestro cariño
y eres nuestra soberana
no llores más que tu Hijo
va a "resucitá" mañana.

Y como lo canta el pueblo
mi devoción lo cantara,
porque yo he visto la Gloria
de María proclamada
aun sin acabarse el duelo, 
días antes de la Pascua:
que ya dejó de llorar
y la tristeza  remansa,
en las ojeras benditas
donde aflora la esperanza.

Que toda la Gloria empieza
y se acaba toda pena
en la sonrisa que brota
de su perfil de azucena:
en la belleza infinita
de mi Virgen Macarena.


Llega la hora de la despedida. Solo me queda agradeceros testimonios y vivencias compartidas con todos vosotros, cofrades de las glorias de Sevilla. Gracias a la Sra.Teniente de Alcalde  Delegada de Fiestas Mayores por sus amables palabras de presentación y de aliento. Gracias por siempre al Presidente y a los miembros del Consejo General de Hermandades y Cofradías,  que al confiar en este pregonero inédito, cuyo único mérito es ser cofrade desde la cuna, me brindasteis, cuando menos lo imaginaba, esta oportunidad única de expresar tantos sentimientos como tenía acumulados en las entrañas del alma.

   Sólo me resta llamaros a todos a vivir intensamente este tiempo singular que el Señor nuevamente nos concede, recorriendo cada barrio, cada templo, cada collación de esta ciudad. Yo quisiera ahora volver a subir a la Giralda y proclamar, en este punto y final del pregón, esos mil nombres o requiebros a María que iluminan por siempre los cielos de Sevilla. 

  Mas como ello no es posible, como se hace preciso elegir un punto y final para este pregón, permitid que mi último recuerdo vuelva a aquella tarde de octubre, a las puertas de la Basílica donde las murallas que levantó Julio César son frontera abierta entre el dolor y la gloria.  Allí encontré, en la edad temprana, a la Esperanza de mis amores. Pero junto a Ella encontré también la senda cierta de un Rosario de salvación:  
 
 

El sol de octubre va languideciendo
en la tarde solemne de su fasto,
al Arco acude hoy Sevilla entera
porque sale la Reina del Rosario.

Siete y media:  rumor de anochecida 
cuando suena la centuria por el atrio
Y la luna ya se asoma en las esquinas
y se cuela en las candelas de su paso
peleando con los ángeles traviesos
por besar las cenefas  de su manto. 

Hay un son que resuena en la espadaña
y hace eco en la voz del campanario.  
La Basílica y San Gil están de fiesta
y se palpa el  sabor del viejo barrio:
arrabal de parras y de huertas
de pozo, de peral y de mercado.

Ya se escucha tocar campanilleros
a la banda del Carmen tras el paso,
y la nube de incienso sube al cielo
y los nardos  se abren a su lado 
cuando plena de amor y de ternura
de Feria a Relator viene cruzando.  

Y entre tanto delirio de hermosura,
no pudiendo ya nada importunarlo, 
cansado de jugar con serafines,
rendido de mecidas y de aplausos,
mi  niño macareno se ha dormido
jugando con las cuentas del rosario.

Cae la noche al doblar la Resolana.
Lenta y suave "revirá" de su paso.
De puntillas  avanza la cuadrilla
que un suspiro podría despertarlo.

Decidle a las murallas que se abran,
y al Arco que se haga relicario,
que el río se remanse en la barqueta,
y bajen los luceros a esperarlo
allá por Torrigiano y Esperanza
que por los callejones va pasando. 

Decidle a los hermanos que  susurren
y al barrio que contenga su entusiasmo,
que, bañado en la luz de su sonrisa,
y en la fiel seguridad de su regazo,
el Rey del Universo se ha dormido
cansado de jugar, y está soñando
arrullado en el hombro macareno
de mi Reina y Señora del Rosario.     

      
 

 HE DICHO.
 


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