JULIO DOMINGUEZ
ARJONA Sevilla 10 de Junio
de 2005
Aprovechamos hoy esta segunda y
última entrega sobre el Museo de las Cofradías para publicar una
fotografía insólita que ilustra un hecho poco conocido sobre las
dolorosas titulares de la Hermandad de Santa Cruz.
Pero vamos por partes. Dedicábamos la primera
entrega a los primeros años del Museo, que podemos delimitar
arbitrariamente en la segunda mitad de los años sesenta. Años en los que
mal que bien el Museo estaba vivo gracias a la colaboración de las
hermandades y a la organización de diversas actividades. Aparte de la
exposición de enseres en las vitrinas y de fotografías de gran formato
de Arenas, entre las que recordamos la del famoso cuadro de Turina
"Martínez Montañés contemplando la salida de Jesús de la Pasión" que
presidía la primera sala del Museo, se expusieron algunos pasos
completos. Lógicamente los pasos de cristo no era posible introducirlos
en el edificio así que la mayoría fueron palios, más fáciles de
desmontar en piezas pequeñas, y alguno de gloria como el del Niño Jesús
de la Quinta Angustia, Mercedes de la Puerta Real y Rosario de la
Macarena. En los primeros meses tras su inauguración la sala tercera del
Museo estaba presidida por la Custodia de la Sacramental de la Magdalena
que llevaba sin salir a la calle desde el Congreso Mariano de 1929 y que
en aquellos años no procesionaba todavía en la octava del Corpus por las
calles de su feligresía.
Centrémonos en los pasos de palio
completos, aunque la mayoría de ellos lógicamente desprovistos de la
Imagen mariana titular que permanecía en su sede para seguir recibiendo
culto. Tenemos constancia entre otros de la exposición de los pasos de
Caridad del Baratillo, Merced de Pasión, Refugio, Candelaria y Dolores
de Santa Cruz. Esta cesión temporal en ocasiones en vez de suponer un
trastorno para la hermandad que exponía los enseres suponía la
posibilidad de tenerlos a buen recaudo cuando no se disponía de locales
adecuados o bien iban a ser enajenados próximamente. Así entre 1967 y
1968 estas dos hermandades del Martes Santo solucionaron sus problemas
mediante el montaje de sus pasos de palio en el Museo. Así la Candelaria
que estaba inmersa en la renovación de la orfebrería del paso de la
Virgen de la Candelaria lo tuvo expuesto montado (sin la Virgen) hasta
que fue vendido a una hermandad de Fuentes de Andalucía. El caso de
Santa Cruz es más curioso y merece un pequeño comentario a la fotografía
con la que abrimos este artículo.
Desde su primera salida en 1905, la Virgen de
los Dolores figuraba en el único paso de la cofradía acompañando al
Cristo de las Misericordias. Varias tallas y en diferentes posiciones
cumplieron esta misión, teniéndose siempre en mente el proyecto de
contar con un paso de palio. En 1957 la primitiva imagen de la Virgen de
los Dolores de Emilio Pizarro (que es la que sale a los pies del Cristo
como Virgen de la Antigua desde el Martes Santo de 2003) fue sustituida
en el todavía único paso por una dolorosa del siglo XVIII donada por un
feligrés en los años veinte. Esta Virgen de los Dolores hubo de ser
adaptada en 1964 por Juan Abascal para presidir el nuevo paso de palio.
Con la adaptación el imaginero varió sus facciones y la Hermandad
decidió su sustitución por la actual Virgen de los Dolores de Antonio
Eslava que procesionó en el palio a partir de 1968. Para dar la
posibilidad a los devotos de la anterior imagen de contemplarla en su
barrio la Hermandad de Santa Cruz recurrió a montar permanentemente el
paso de palio con la Virgen de los Dolores del siglo XVIII en el Museo
de las Cofradías, tal y como vemos en la fotografía. Poco duró esta
exposición porque en 1968 la imagen fue donada a la iglesia parroquial
de Bonares donde se venera actualmente como Virgen del
Rosario.
Sirvan estas líneas de
recordatorio de una iniciativa que los propios cofrades dejamos
languidecer hasta su cierre definitivo en enero de 1976 con sus escasos
bienes embargados. Permítanme recordar la deprimente experiencia que
tuvimos en nuestra última visita que giramos al Museo en la Navidad de
1975 en que un niño de poco más de diez años era el encargado de enseñar
las vitrinas medio vacías y llenas de polvo que albergaban como gran
tesoro una colección con los escudos en tela de las cofradías, muchos de
ellos ni siquiera bordados.