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El Lunes tras la Coronación | |
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JULIO DOMINGUEZ ARJONA 5 de Junio de 2006 Dejábamos en nuestra pasada entrega a la Virgen del Rocío recién coronada, por el cardenal-arzobispo de Sevilla don Enrique Almaraz el Domingo de Pentecostés de 1919. La procesión de regreso a su santuario, pese al corto recorrido fue apoteósica, portando su nueva corona de oro diseñada y realizada por el joyero de la S.I.C. de Sevilla, don Ricardo Espinosa de los Monteros, inspirándose en la presea de Arfe que porta la Inmaculada de la capilla de la Concepción Grande. A partir de esa salida extraordinaria la Virgen del Rocío recuperó la ráfaga de plata que en 1733 le regalara José Carlos Tello de Eslava, en lugar de la ráfaga de puntas del siglo XIX. Por cierto, que al llevar mucho tiempo sin utilizarse la ráfaga dieciochesca, esta se colocó inadvertidamente del revés con las medias puntas en la parte superior en lugar de en su ubicación correcta. La procesión del caluroso Lunes de Pentecostés, 9 de junio, fue igualmente memorable, rodeada la Virgen de un gentío hasta entonces desconocido en la Aldea. De ello dan fe las fotografías de hoy, en las que nos ha llamado la atención la falta de uno o dos varales del costero izquierdo de las andas de la Virgen. Recordemos que este baldaquino contaba entonces con ocho varales que serían reducidos en los años treinta a los seis actuales. No hemos encontrado referencias a este hecho, pero es posible que el afán de los rocieros por tocar las andas y agarrar los varales pudiera haber ocasionado algún destrozo en los mismos.
Las fotografías nos permiten también intuir la disposición alterada de la ráfaga con las medias puntas a ambos lados de la flamante corona. Todo tipo de tocados en los caballeros, con predominio del sombrero de ala ancha y las numerosas sombrillas nos hablan del calor de ese día, en el que las crónicas cuentan que las velas del santuario se fundieron formando un reguero de cera hacía el Real del Rocío que hubo que romper con azadas y cargar en varios carros. Correo electrónico del autor: Pulsar aqui
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